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Este refrán indica incredulidad ante una aparente
falsedad o engaño. Se utiliza cuando alguien te está contando algo que sabes
que es mentira o intenta darte una explicación o te hace promesas que sabes que
no cumplirá y quieres dejarle claro que no crees ni una palabra de lo que te
está diciendo. También se usa para rechazar un ofrecimiento engañoso o
impertinente. La persona que lo dice da a entender que no acepta pasar por
tonto y anima a quien ha intentado engañarle que lo intente con alguien más
porque con él no lo va a conseguir.